
Cada primero de mayo, las calles del mundo se visten de lucha y de dignidad. El Día Internacional del Trabajador no es solo una fecha marcada por la costumbre, sino una herida viva en la historia del trabajo que recuerda a los mártires de Chicago y a la clase obrera que, desde las fábricas del siglo XIX hasta las plataformas digitales de hoy, ha tejido el pulso de las naciones.
Fue la Segunda Internacional, en 1889, quien instituyó oficialmente este día como jornada de reivindicación global. Desde entonces, obreros, campesinos, docentes, enfermeras y técnicos han salido a las plazas a recordar que detrás de cada edificio, cada avance científico y cada motor en marcha, hay manos humanas que trabajan y esperan justicia.
El escritor Eric Hobsbawm, en su libro Historia del siglo XX (ver en catálogo de la biblioteca), aborda con claridad cómo el movimiento obrero cambió el rostro del mundo moderno. En la misma línea, Grant, Susan-Mary, con su obra La otra historia de los Estados Unidos, rescata el papel crucial de los trabajadores en la construcción de derechos hoy dados por sentados.
Pero el 1 de mayo no habla solo de trabajo: es un día cargado de historia. En 1898, mientras las banderas obreras ondeaban en Europa, España firmaba el tratado de paz que ponía fin a la guerra contra Estados Unidos por Filipinas, cerrando un ciclo de su dominio colonial en Asia y marcando el ascenso de una nueva potencia global.
Décadas antes, un primero de mayo de 1852, nacía Santiago Ramón y Cajal, científico español cuyo genio fue reconocido con el Premio Nobel de Medicina. Fue un trabajador incansable del conocimiento, pionero en la neurociencia, y ejemplo de cómo el trabajo intelectual también transforma al mundo.
En el lado más oscuro de la historia, el 1 de mayo de 1945, el mundo presenció el suicidio de Joseph Goebbels, ministro de propaganda nazi, y de Magda Goebbels, su esposa, quienes eligieron morir antes que enfrentar la caída del Tercer Reich. Aquella fecha simbolizó el derrumbe de uno de los regímenes más oscuros del siglo XX y el fin de una ideología que despreciaba tanto el trabajo como la vida humana.
Y como contraste, en un 1 de mayo pero de 1931, Nueva York celebraba la inauguración del Empire State Building, ícono del progreso y símbolo del trabajo colectivo de miles de obreros que lo construyeron en medio de la Gran Depresión, muchos de ellos inmigrantes que apostaban su vida a cada altura.
Así, el primero de mayo es más que una fecha: es una encrucijada donde convergen el sudor del obrero, los libros de los pensadores, los héroes científicos, los colapsos de imperios y los rascacielos que rasgan el cielo. Es el recuerdo vivo de que trabajar también es construir memoria, y que la dignidad laboral no se mendiga, se conquista.